«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.»
(Romanos 5:8)
Si observas en la Biblia a los grandes apóstoles de la fe, estarás de acuerdo conmigo en que los amados de Dios pueden venir de cualquier parte. La nacionalidad, el linaje y la educación no son criterios para tener en cuenta. No se trata de las obras de justicia que hayamos hecho, sino según Su asombrosa gracia.
A menudo, tenemos que recordarnos que somos pecadores salvados por la gracia. Esta gracia es tanto para las mujeres como para los hombres, tanto para los ignorantes como para los entendidos, tanto para los débiles como para los fuertes. Hoy en día, muchos piensan que pueden ganarse el favor de Dios con sus buenas obras, pero el cristianismo no es una religión; es una relación. Por muchas buenas obras que hagas o por muy buena actitud que tengas, jamás podrás hacer lo suficiente para ganarte el perdón de Dios, Su amor. Lo que le importa a Jesús es tu actitud hacia Él. Por eso Jesús le preguntó a Pedro en el libro de Juan 21:15-17, «¿Me amas?». El amor es el único principio genuino del que debe brotar el servicio al Señor.
Cuando el Apóstol Pablo nos enseñó que el amor activa la fe, supo que la fe sin amor es falta de fe (Gálatas 5:6). ¿Te sientes falto de fe? ¿Te sientes seco en tu caminar con Cristo? ¿Anhelas la revelación? Si te examinas sinceramente, verás que no son ni el tiempo ni los recursos los que te hacen falta, sino el amor. Cuando amamos a Jesús, hay una promesa de Dios vinculada a esto. La bondad de Dios continuará en cada área de nuestras vidas si respondemos en amor hacia Él, porque el amor es el combustible de la fe.