«Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma». 1 Samuel 2:35
A Dios no le interesan las exhibiciones aparentes de piedad, sino que Su Espíritu more en el corazón de hombres y mujeres de santidad. Por eso el apóstol Pablo advirtió en 2 Timoteo 3:5, «Que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita».
Esto está más claro que nunca en los libros de 1 Samuel 3 y 4. Los hijos de Elí llevaron el Arca de la Alianza al campo de batalla, pensando que les daría la victoria sobre sus enemigos, pero la impureza de sus corazones no pudo llevar la presencia de Dios y sufrieron una gran derrota y resultaron asesinados.
Incluso el arca de la alianza fue capturada, sin embargo, la pureza, la gloria y la santidad de la presencia de Dios son incorruptibles. Conocer a Dios no es solo ver sus obras sino aprender sus caminos y los caminos de Dios no son nuestros caminos. No podemos instruir a Dios en el camino que debe seguir ni tratar de atraer a Dios a nuestra mente. Más bien, cuando oramos, debemos acercarnos a Su mente, a Su corazón, a Su propósito. El plan y propósito de Dios era y es llevarnos al arrepentimiento y a la fe, no usar Su nombre como un amuleto o un símbolo.
Hoy en día, ya no somos conscientes de nuestro pecado, limitaciones y defectos. Por eso nos rebelamos a la santidad de Dios y acudimos a Su presencia sólo para pedirle sanidad, liberación, prosperidad y bendición. Debemos saber que Jesús conoce quiénes somos, incluso cuando venimos con nuestras peticiones.
Puesto que Jesús te conoce, Él te ama y desea morar en tu corazón por fe a través de Su Espíritu (Efesios 3:17). Debemos ser guiados por el poder del Espíritu Santo, para que no pidamos equivocadamente con el fin de manipular a Dios para que dé su aprobación a nuestros motivos egoístas, clásicos y materiales. Es nuestro corazón Su lugar de morada, no cualquier símbolo del exterior.