«Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa».




Hebreos 6:15





Nadie se pone a construir una casa sin herramientas y sin embargo, ¿por qué muchos de nosotros afrontamos el camino de la vida sin las herramientas necesarias para salir fortalecidos? La paciencia, la perseverancia y la resistencia son las herramientas de un hombre y una mujer de fe.

En esta generación instantánea en la que estamos acostumbrados a tener lo que queremos con sólo pulsar un botón, estas virtudes rara vez se celebran. Pero pregunta a Abraham y a Sara y te dirán que la fe va unida a la paciencia para heredar la promesa de Dios para tu vida.

No olvides la promesa de Dios para tu vida. Si tu situación actual no concuerda con esa imagen de Dios, no pierdas la esperanza.

¿Estás tentado a escuchar la voz de tu situación trayendo dudas a tu corazón?

La paciencia se convierte en nuestra protección contra las murmuraciones del adversario. La primera lección de paciencia es aprender a considerar las pruebas como un motivo de alegría. El amor que das, el perdón que muestras, la paciencia y la tolerancia que adornan tu vida seguramente producirán mucho fruto, quizá mucho después de que te hayas olvidado de ellas. Dios nunca olvida. ¡Dale tiempo a Dios!

Cuando eres paciente, descubres la presencia de Dios, porque en la espera, ¡Dios está obrando!





ASEGURA TU CORAZÓN

Una casa construida sobre la roca permanece para siempre.
Por la fe, comenzamos a ver no a nuestras debilidades sino a creer que tenemos la justicia de Dios en Cristo Jesús. La justicia es la posición correcta delante de Dios. En Su presencia, tu corazón está seguro.

RENUEVA TU ESPÍRITU

A pesar de cuidar mucho nuestro aspecto físico, muchos de nosotros estamos desanimados, frustrados, temerosos, enojados, amargados y ofendidos en nuestro interior, y eso se manifiesta en nuestras palabras y en nuestro comportamiento, por mucho que intentemos ocultarlo. ¿Por qué? Porque nuestro corazón no está limpio y nuestra mente no está renovada.

CONDENADO POR TU CONCIENCIA

A menudo, la reprensión más fuerte es la que viene de nuestro interior. Porque los motivos de nuestro corazón no se pueden ocultar, y nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Por eso, si somos condenados por nuestra conciencia, hay esperanza para nosotros.