«Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte».
2 Conrintios 12:10 NIV
A menudo, Dios trabaja a través de las circunstancias de la vida: tu dificultad, enfermedad, aflicción, retroceso y tu ataque para que veas Su posición. Si confiamos en nuestra fuerza natural, algún día nos decepcionará. ¿De dónde viene la fuerza para ver la carrera hasta el final?
Viene desde el interior.
El mundo puede ver la fortaleza en la fuerza, en el dominio, en ganar siempre. Pero mi Salvador me enseñó a ver la vida de manera diferente: la fortaleza más grande está en rendirse a Dios, ir por el camino de la humildad y la abnegación.
Algunos de nosotros pensamos que resistir nos hace fuertes, pero a veces es al dejarlo ir. La fortaleza real es perdonarlo todo. Es amar desde el corazón. Es deshonrarnos a nosotros mismos para que Cristo sea honrado.
La verdadera humildad no es debilidad, sino fortaleza. A menos que seamos humildes, no nos inclinaremos ante Dios ni lo buscaremos por ayuda (Santiago 4:1). No se trata de combinar nuestra fuerza con la fuerza de Dios
sino de una eliminación total y completa de nuestra fuerza para revestirnos de la fuerza de Dios.
Entonces, como el apóstol Pablo, podrás decir: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte».